Oí al Mensajero de Dios -la paz y las bendiciones de Dios sean con él-, diciendo:

«Quien de vosotros vea una mala acción, que la cambie con su mano, si no pudiera con su lengua, y si no pudiera, entonces en su corazón, y esto es lo más débil de la fe».

Lo transmitió Muslim.

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lunes, 8 de mayo de 2017

Ayer fue ella, hoy podría ser yo, ¿mañana? usted la asesinada por la violencia machista.



Se llamaba ………………. (escriba su nombre o el de una conocida aquí) y vivía camino a …………….(coloque el de su barrio o el de una conocida o familiar aquí).
Observo el pequeño chalet en el que compartía con su familia, ¡tan parecido al que hasta hace pocos días yo habitaba!
Y entonces vuelvo a recordar que pude haber sido una más de las mujeres que engrosan un día sí y otro también, la larga lista de las que son asesinadas en nuestro país por causa de la epidemia de violencia machista que también viví e hice padecer a los que de verdad me amaban.
Soy sobreviviente, me costó mucho trabajo salir del círculo de agresión pero lo logré.
Motivos para los agresores sobran: celos, envidia, egoísmo pero sobre todo: control. El mismo que ellos alegan no poder ejercer sobre sí mismos para detener esta vorágine de sangre y violencia que cercena a nuestra sociedad de la manera más cruel.
En un esfuerzo casi sobrehumano decidí cortar de tajo las relaciones tóxicas a las que me había acostumbrado desde que era niña.
Aunque tomó ¾ partes de mi vida otras mujeres no lo han logrado y la han perdido en el largo vía crucis que implica verse atrapada y sin salida ante un agresor doméstico.
Al principio, no tenía conciencia de que estaba inmersa dentro de este terrible flagelo, para mí, era lo normal recibir malos tratos psicológicos porque pensaba que la violencia se limitaba a lo físico.
Cuando comencé a recibir golpes entré en pánico, el terror no me permitía actuar. Sentía mucha vergüenza como para tan siquiera comentar con otras personas lo que sufría porque, ¡se veían tan felices en sus hogares perfectos!  Aun así, cuando traté de contar lo que me sucedía, inmediatamente me juzgaban diciendo que: "yo me lo buscaba", que seguramente "hasta me gustaba que me golpearan", que mi problema se limitaba a "no poder vivir sin jareta” y entonces volvía a callar, lo cual, aumentaba la sensación de poder y control en mi agresor: me sabía vulnerable, yo  misma me alejaba de amigos y conocidos para evitar la furia de mi victimario o las preguntas incómodas de alguna visita inesperada.
Podía observar también cómo la violencia que vivía en casa se repetía en lugares de trabajo con otros jefes o compañeros agresores. Había perdido el instinto de supervivencia.
Aunque la violencia había comenzado en Costa Rica, seguí a mi pareja hasta otro país consciente de que me iba a matar en cualquier momento sin importar el lugar porque, ¡estaba tan cansada! Ya no tenía fuerzas para luchar contra él ni contra los que pensaban que disfrutaba los abusos, ¿cómo explicarles que yo ya no tenía voluntad propia, que me movía por inercia?
Un día observé un rictus de terror indescriptible en un rostro irreconocible, no comprendía cómo había llegado ahí y desperté del largo sopor en el que me encontraba hasta que tomé consciencia de que esa cara, no era otra más que mi imagen en un espejo.
De repente y como por arte de magia me armé de valor.
Con ayuda de profesionales y amigas trazamos un plan para alejarme para siempre de todo lo que tuviera que ver con él. Resultaba algo complicado porque él había sustraído los pasaportes de mi hija y el mío. Sin embargo, una doctora consiguió que los entregara mientras me alojó en su casa hasta que pudiera salir del país.
¡Tenía tanto por vivir! Mis otros hijos me esperaban ansiosos de recuperar a la madre que recordaban y extrañaban tanto, observaba en retrospectiva la imagen de la mujer que a pesar de todo siempre sonreía y me sorprendí al notar que la misma había desaparecido.
Y regresé a mi país, a mi gente, a los míos.
Hoy, vivo con una sensación agridulce: por un lado me enorgullezco al reconocer que soy una mujer libre de todo tipo de agresiones, sin embargo, por el otro me aterra observar cómo la epidemia de violencia doméstica se acrecienta en nuestro país cual ignominiosa bola de nieve sin que nadie hasta el momento pueda hacer algo positivo para detenerla.
Si usted es víctima de violencia doméstica, le aseguro que aunque parezca que no hay salida, sí la existe. Comience por no ocultar las agresiones a su círculo más  íntimo y ante la primera muestra de violencia, aléjese lo más pronto posible.
No sienta vergüenza, la epidemia de violencia machista afecta a todo tipo de mujeres en todo el mundo sin importar su estatus social, académico o cultural.
El agresor es un experto manipulador del cual es difícil escapar, nunca cambia, solamente se transforma de todas las maneras posibles hasta que pueda lograr su único fin: que si usted no es para él, tampoco lo sea para nadie más y por lo general esto significa su sentencia de muerte física porque emocionalmente, hace tiempo la asesinó.

Rashida Jenny Torres
Sobreviviente de violencia doméstica.

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